
Ayer, 19 de julio, a última hora de la tarde, vimos la mayor concentración de vencejo común (Apus apus) sobre el pueblo, más de doscientos, siendo lo habitual las últimas semanas que la cifra no sobrepasase el medio centenar. Pensamos ya en los primeros arranques migratorios. Este espectáculo coincidió con el primer vuelo de un vencejo jovenzuelo que durante unos días habíamos estado cuidando y alimentando.
Descubrimos al joven Vencejín en el suelo de la calle, y desde la ventana del somero intentamos ayudarle a coger vuelo. Pero no, aún era demasiado joven, le faltaban unos días para tener la habilidad y la fuerza necesarias. Había que intentar ayudarle a sobrevivir y lo hicimos con gusto, unas experiencia difícil de olvidar.

Según los consejos que nos dieron, lo primero que procedía era hidratarlo, un poco de agua que Vencejín agradeció. Con la comida todos los días le dábamos dos o tres gotitas… daba gusto ver como se las tragaba y nos pedía más abriendo la boca y picoteando la punta de plástico de la jeringuilla con que se la dosificábamos. Para comer le dábamos lo que teníamos a mano, moscas y hormigas; aquí en cambio siempre le teníamos que ayudar abriéndole con suavidad el pico. En esos momentos nos dábamos cuenta de la fragilidad de estas aves ante la fuerza humana, fragilidad física, que no de «carácter», pues según avanzaban los días se volvía más rebelde.

Más rebelde y también más fuerte, ya era capaz de salir de la caja de zapatos en la que estaba; una mañana apareció acurrucado en un rincón de la habitación, y la siguiente, en su esfuerzo por salir, se había hecho sangrar en una garrita… Ya era el momento, esa tarde le subimos al somero y lo dejamos en la ventana, con una rendijita abierta… él tenía que decidir cuándo saltaba. Cuando volvimos un rato después ya no estaba y en el cielo de Santa Cruz vimos la concentración de vencejos… Nuestro Vencejín ya volaba libre hacia su cielo africano.

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